En la Unión Europea como en los Estados Unidos, la regulación, producción y utilización de los biocombustibles descansan en los siguientes criterios: 1) medioambientales; 2) de reemplazo del petróleo y combustibles fósiles importados; 3) de sustitución de combustibles tradicionales; y 4) tomando a la Argentina (entre otros) como proveedor estratégico. Criterios que a su vez fijan objetivos totalmente ajenos a la realidad y a las necesidades del país.
1) A primera vista, pareciera ser que el desarrollo masivo de los biocombustibles persigue los fines de reparar el desastre medioambiental en el que las potencias industrializadas han sumido al mundo. Sin embargo, dos contradicciones saltan a la vista: la OCDE, con un 18 por ciento de la población mundial, elevará su demanda de un 60 actual a un 75 por ciento en 2030, consumiendo en promedio cinco veces más petróleo per cápita que los países “en vías de desarrollo” (OPEP-2007). Asimismo, la menor emisión de gases de efecto invernadero del bioetanol y del biodiésel en relación con los combustibles fósiles no sólo está en duda sino que, se cree, excedería fácilmente el liberado por estos últimos (OCDE-2007).
2) y 3) Según datos oficiales del gobierno norteamericano, un 59,7 por ciento de la demanda interna de petróleo y productos derivados de 2006 fue cubierta por importaciones netas. La situación del Viejo Mundo es aún más preocupante. Por el crudo que Estados Unidos y la Unión Europea importan de Medio Oriente, Rusia y Venezuela (entre otros), pagan la cotización internacional. De allí la carrera por sustituirlos con niveles de corte del 20 por ciento a 2017 y 10 por ciento al 2020, respectivamente. No obstante, la explosiva aparición de los biocombustibles no evitará que la participación de los hidrocarburos líquidos y gaseosos en la matriz primaria mundial salte de 62 en 2005 a 64 por ciento en 2030 (OPEC-2007). Suponiendo el mejor escenario posible, ese año los biocombustibles habrán desplazado apenas un 8 por ciento de la demanda de combustibles fósiles del sector vehicular planetario.
4) Según un reciente informe de la Universidad Wisconsin-Madison (EE.UU.), la Argentina se encuentra entre las cinco naciones con mayor potencial para producir y exportar biodiésel a escala global. El parámetro utilizado para medir la potencialidad se basó en la medición de las posibilidades y limitaciones para la elaboración de grandes cantidades de estos combustibles a bajo costo (derivados de soja y maíz, en primer lugar).
En suma, el hemisferio norte occidental propone que la Argentina (extensible a Latinoamérica) desenvuelva los biocombustibles para alcanzar sus propias metas y objetivos. Pero América latina es una de las regiones menos contaminantes del globo y, a la vez, una de las que más precisa de la masiva industrialización. En materia de autosuficiencia energética, Unasur no sólo se posiciona como la cuarta potencia gasífera y de crudo convencional del globo sino que, de superarse las trabas del proceso de unidad energética (cuya resolución es política), la alianza entre las distintas empresas nacionales de energía garantizará a sus países miembro una provisión segura, barata, duradera y equilibrada de hidrocarburos.
Entonces, ¿cómo y para qué desarrollar los biocombustibles en la Argentina? De seguro, no supeditado a objetivos foráneos, inalcanzables de no aprovechar el potencial sojero y maicero nacional, y por eso mismo impracticable. La presión y poderío externos vienen imponiendo al país la adopción de los modelos norteamericano y europeo, cuyas características principales –todas verificables en la Argentina– son: a) soja y maíz como materia prima; b) concentración de la producción en oligopolios privados con ausencia total o presencia insignificante del Estado y de cooperativas; c) concentración geográfica de la producción; d) concepción mercadista del biocombustible: agronegocio en detrimento de su empleo como herramienta de desarrollo socioeconómico de las economías regionales.
fuente: pagina12.com.ar
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