La producción de biocarburantes y la esperanza en su potencial para contribuir al desarrollo sostenible y a la reducción del uso energético de los recursos no renovables crece casi exponencialmente. Sin embargo, no todo es color de rosa. Por ahora se utilizan, en su mayor parte, materias primas que están siendo derivadas a este fin compitiendo con la alimentación como objetivo primario. El descuento impositivo que en países, como Estados Unidos, se aplica al bioetanol está llevando al cultivo del maíz a ocupar el suelo tradicionalmente utilizado por el trigo y la soja con la consecuente disminución de la cosecha de este cereal y de la leguminosa y su correspondiente aumento de precio. Los altos precios pueden ser buenos para los agricultores pero no para los consumidores, y especialmente para los más pobres. Según el Banco Mundial, un 1% de incremento en el precio en los alimentos de subsistencia supone una bajada del 0,5% en las calorías consumidas.
Por otra parte, no se puede olvidar la acción negativa de este cambio de cultivos sobre el efecto invernadero, dada la considerable cantidad de fertilizante nitrogenado que se aplica al maíz que conduce a una emisión importante a la atmósfera de óxido nitroso con un potencial global de calentamiento más de 300 veces superior al temido CO2. Esta incidencia de la fertilización nitrogenada es más evidente en la sustitución de la soja que es un cultivo limpio al utilizar directamente el nitrógeno de la atmósfera.
La derivación de los cultivos tradicionalmente alimenticios a la producción de biocarburantes, ya sea bioetanol o biodiésel, va a llevar siempre aparejada estos efectos colaterales indeseables sin resolver el problema energético, ya que de una hectárea de colza sólo se obtienen unos 600 kilos de biodiésel y de una de maíz 4.000 litros de etanol, lo que supone el consumo de unos cuantos automóviles por corto tiempo. Además, la obtención de bioetanol es en muchos casos poco eficiente, pues se produce algo más de una unidad de energía a partir del maíz por unidad consumida en el cultivo, transporte y fermentación. Esta eficiencia se incrementa al doble en el caso de la remolacha y ocho veces en la caña de azúcar, el cultivo más eficiente.
Se puede decir que algo es mejor que nada por lo que la búsqueda de especies vegetales que no compitan ni por suelo ni por clima podría tener un futuro prometedor. Plantas que crecen en suelos marginales o en condiciones climáticas inadecuadas para los cultivos de subsistencia puede ser materia prima importante para la obtención de biocarburantes. Como tal está creciendo en interés la Jatropha curcas con semillas que contienen un aceite convertible fácilmente en biodiésel. Esta planta tóxica que no requiere tratamiento con agroquímicos, originaria de América Central y extendida por África y Asia, crece en climas secos sobre suelos de baja fertilidad donde otros cultivos no son posibles. Es un arbusto que puede producir durante 50 años a razón de 4.000 kilos de aceite por hectárea sin apenas gasto de mantenimiento. Esta rentabilidad supera la de muchas cosechas alimentarias por lo que si no se ponen trabas puede acabar invadiendo suelo tradicionalmente dedicado a soportar la alimentación humana y animal. Estudios económicos realizados en Argentina presentan este cultivo con unos rendimientos muy tentadores para competir con la soja con el consiguiente incremento de precio de esta leguminosa.
Existe el peligro de que este ejemplo de la jatrofa sea un modelo de lo que podría ocurrir con especies vegetales hoy marginales, que pueden verse traídas a un primer plano al socaire de la demanda de biocarburantes y empezar a competir por suelo cultivable. Es necesario establecer a nivel global una política ad hoc para evitar que se incremente el cultivo de estas plantas a costa de la producción de alimentos, teniendo en cuenta, además, que, sin ánimos de exagerar, se necesitaría dedicar a las plantas para biocarburantes cuatro veces la superficie cultivable del planeta para poder sustituir solamente el petróleo y el gas consumido por el transporte.
En este sentido, el aprovechamiento al máximo de los residuos es fundamental, al mismo tiempo que es ineludible potenciar la investigación en la dirección de buscar o mejorar otras alternativas no contaminantes y no competitivas.
José Olivares Pascual es profesor de Investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
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