La necesidad mundial de nuevas fuentes de energía, está intensificándose en los últimos años, resultado de los elevados precios del petróleo y la creciente preocupación en relación con la seguridad energética y el cambio climático mundial. Muchos países están adoptando mandatos e incentivos para incrementar el uso de fuentes renovables de energía, incluida la bioenergía, esto es, la energía derivada de fuentes biológicas como los cultivos, los árboles y los desechos.
La expansión de estos sistemas modernos de bioenergía podrían contribuir a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, promover la seguridad energética de los países importadores, generar nuevas oportunidades de ingresos en las zonas rurales y mejorar el acceso de los pobres a la energía. Todo ello tendría implicaciones positivas para el medio ambiente y la reducción de la pobreza. Sin embargo, el aumento de la producción de bioenergía provocará nuevas demandas relacionadas con la base de recursos naturales y con posibles consecuencias perjudiciales de índole ambiental y social.
Los biocombustibles líquidos son el segmento de más rápido crecimiento del sector bioenergético, dado que los biocombustibles líquidos se producen fundamentalmente a base de cultivos agrícolas, que también son utilizados para la alimentación, con lo cual generan repercusiones directas en la seguridad alimentaria, por medio de sus efectos en los precios de los productos básicos. Los biocombustibles líquidos proporcionan actualmente el equivalente de 20 millones de toneladas de petróleo (emtp) aproximadamente, o lo que es lo mismo alrededor del uno por ciento de la demanda mundial de combustible para el transporte por carretera.
El etanol, que representa más del 90 por ciento del suministro mundial de biocombustibles líquidos, se produce fundamentalmente a partir de la caña de azúcar y del maíz, aunque pueden utilizarse otros cultivos amiláceos. Asimismo, están elaborándose nuevas tecnologías para la producción de etanol a partir de materias básicas «lignocelulósicas» tales como hierbas, madera, residuos forestales y de cultivos, y desechos municipales, aunque aún no se aplican comercialmente. Cuando estas tecnologías de segunda generación lleguen a ser viables desde el punto de vista económico, podrían reducir la demanda de cultivos alimentarios y forrajeros para la producción de etanol.
El grado de competencia entre los cultivos energéticos y la producción de alimentos y forrajes dependería, entre otras factores, de los progresos respecto del rendimiento de los cultivos, la eficiencia de la alimentación del ganado y las tecnologías de conversión de la bioenergía. Muchos de los cultivos actualmente utilizados como materia básica para la producción de biocombustible líquido requieren tierra agrícola de gran calidad e insumos considerables tales como fertilizantes, plaguicidas y agua. Si las tecnologías de segunda generación basadas en materias primas lignocelulósicas llegaran a ser viables desde el punto de vista comercial, la competencia por la tierra y otros recursos agrícolas podrían reducirse.
La bioenergía presenta tanto oportunidades como riesgos respecto de cada una de las cuatro dimensiones de la seguridad alimentaria, según la FAO: disponibilidad, acceso, estabilidad y utilización. Las implicaciones de la bioenergía para la seguridad alimentaria dependerán de la escala y el tipo de sistema que se considere, la estructura de los mercados de productos y energía, y las decisiones en materia de políticas agrícolas, energéticas, ambientales y comerciales.
La ampliación del mercado de materias básicas para biocombustibles, ofrece una nueva oportunidad a los productores agrícolas y podría contribuir de manera significativa al aumento de los ingresos de los agricultores y los trabajadores agrícolas, que se encuentren en buenas condiciones para aprovechar la oportunidad. Ello dependería de diversos factores como la escala y ubicación de las instalaciones de procesamiento de biocombustibles y el acceso a la tierra, y otros recursos productivos. No está claro por el momento cuántas de las personas pobres y afectadas por la inseguridad alimentaria de todo el mundo podrán beneficiarse de estas oportunidades, siendo necesarias nuevas investigaciones para ayudar a aclarar esta cuestión.
La bioenergía presenta tanto oportunidades como riesgos para la seguridad alimentaria. Sus repercusiones variarán en el espacio y a lo largo del tiempo dependiendo de la evolución de las fuerzas del mercado y de los avances tecnológicos, elementos que a su vez recibirán la influencia de las decisiones sobre políticas adoptadas en los planos nacional e internacional. Es necesario preparar un marco analítico que tenga en cuenta la diversidad de situaciones y necesidades específicas de los países.
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