Los temas nuevos que remueven la rutina, ponen en jaque ciertos conceptos o crean espacio de reflexión, siempre deben ser bienvenidos. Lo único que importa es que se los trate con objetividad, mirándolos en la profundidad de su trascendencia y dándoles la proyección histórica que merecen. Para ello hay que enterrar ese maniqueísmo que deforma el pensamiento, impide el diálogo y tanto daño viene haciendo.
Pues bien, en ese debate cae la bioenergía que se ha convertido en el tema que apasiona a sus promotores y también a sus detractores. Lo cierto es que desde hace algún tiempo, y con mayor ahínco últimamente se lo coloca en el centro de las decisiones de política mundial. La razón obvia es el encarecimiento de la energía convencional, su utilización política, la ubicación de los principales reservorios y los daños ambientales que lleva consigo.
No es un tema, como un buen amigo lo dice de “economicismo” sino de realidad del mundo y su organización. Con la bioenergía se busca promover opciones alternativas, renovables, más limpias –no puras, pues eso no existe-, que deberán someterse a un largo proceso de perfeccionamiento tecnológico, como ha ocurrido con los descubrimientos que hoy los utilizamos en nuestra vida diaria.
Por ejemplo, los autos de principios del siglo XX y los actuales no se parecen en nada, salvo que ruedan. Pero no por ello el desarrollo de estos bienes tuvo que paralizarse. En la bioenergía ocurrirá algo parecido.
Si miramos el mundo actual y buscamos una ventana de oportunidades para los países subdesarrollados con capacidad agrícola, los biocombustibles son un medio potente para mejorar las condiciones de vida de los agricultores. La palma africana y el etanol de la caña de azúcar que se exporta desde 1989 son materiales de alta eficiencia energética, y sus subproductos son codiciados por su capacidad productora de energía a partir de su biomasa residual.
No olvidemos que el sistema de precios ficticios que genera la política de subsidios y protección de los países desarrollados, ahora en jaque por la fuerte demanda mundial, ha traído pobreza a los campesinos de nuestros países. Ha impedido un intercambio comercial más equilibrado y justo.
¿Acaso no era y es ese el argumento central para oponerse a los TLC? Lo que preocupa en la transición hacia este nuevo sistema de generación, es el uso de productos alimenticios básicos como el maíz que forma parte de la dieta de muchos países.
Pero para el Ecuador la producción por ejemplo del piñón, yuca, remolacha, higuerilla, caña, palma es una oportunidad histórica. Incluso el uso de los desechos del banano, cáscara de arroz, vagazo multiplica las opciones verdes de bienestar.
Otra preocupación es la concentración de poder en los mercados de productos agrícolas que es un problema a enfrentárselo, pero ¿acaso no lo es también la concentración actual de multinacionales en el petróleo? Igual, el cuidado del equilibrio ambiental debe ser parte del desarrollo de estas producciones, pero no su eliminación, pues las condiciones del mundo lo van a llevar adelante y es mejor adecuar políticas que dejar esto sin regulación. La balanza nos favorece.
fuente: elcomercio.com
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